Pioneros de hoy.
- Opinión Encolumnada

- 17 abr 2020
- 3 Min. de lectura

Pocos lugares en el mundo ejercen tanta atracción como La Patagonia. Una parte del continente americano que al extremo sur casi que se cae del mapa y sigue siendo, incluso al dia de hoy, un lugar para explorar y descubrir.
Retrotraernos a la época fundacional de la exploración patagónica nos lleva al gran Hernando de Magallanes, quien en 1520 llego a San Julián y que, en el marco de su histórico viaje alrededor del mundo, celebro la primer misa en territorio argentino y, en la que seria después llamada Isla Justicia, sentencio a muerte a los cabecillas de un fallido motín. ¿Habrá imaginado que poner en conocimiento del mundo la existencia del estrecho como paso transoceánico dispararía una carrera colonizadora sin pausa?
Españoles, portugueses, galeses, franceses, ingleses y holandeses, con mas o menos apoyo de sus gobiernos de turno, se lanzaron a establecer asentamientos y ciudades, a través de expediciones muchas veces multitudinarias y costosísimas, con el objetivo de sentar sus bases y ganar territorios que podrían ser de gran valor estratégico, económico y militar. Epopeyas que las mas de las veces culminaban con múltiples hundimientos y perdidas humanas y materiales a gran escala. Ese paisaje solitario y en apariencia interminable, con su clima extremo de aridez, nieve y viento, llevo al fracaso a tantísimos proyectos colonizadores a lo largo y ancho de una geografía tan seductora como mortal. Colonia Floridablanca, en San Julián, Puerto San José, en Península de Valdéz, y las emblemáticas Nombre de Jesús y Rey Felipe, en el estrecho de Magallanes, son solo algunas de ellas.
Hoy, en esa aventura que es recorrer por tierra La Patagonia y sus rincones desconocidos, podemos encontrarnos con historias de pioneros modernos que, con visión, esfuerzo y determinación, concretaron su sueño, y al mismo tiempo, ayudaron a tantos otros a realizar el propio.Incluso allí donde tantas expediciones fallaron.
Pasando de Garayalde unos 20 km hacia el sur, en la Provincia de Chubut, llegamos a un desvío que dobla a la izquierda, y que a través de un camino de ripio típicamente patagónico, nos lleva a un enclave que esconde una historia y un presente dignos de conocer: Bahía Bustamante.
Denominado primer pueblo alguero del mundo, Bahía Bustamente es un lugar perdido en la costa de la Patagonia, adonde en 1952 llego Lorenzo Soriano, español de Baeza, buscando las algas de donde obtener el sustituto de una goma que importaba de la India para fabricar fijador de pelo. Comenzó su actividad en Comodoro Rivadavia, pasando después a Caleta Córdoba y Bahía Camarones para llegar finalmente a un lugar conocido por los lugareños como “Bahía Podrida” (llamada así por el olor a podrido que las algas despedían).
Comprobando la enorme cantidad de algas que el mar depositaba en sus costas, y el apropiado escenario para el natural secado de las mismas, decidió establecerse. Allí noto que esas algas eran agariferas (daban agar – agar, gelatina vegetal que se utiliza en la industria de la alimentación) por lo cual se volcó de la industria de la cosmetología a la industria alimenticia. Comenzó el desarrollo del pueblo, el cual en su esplendor llegaría a tener hasta quinientos habitantes, iglesia, escuela, comisaria, casas para solteros y casados, y un entramado de calles donde las mismas eran denominadas con el nombre de las algas. Estableció la fabrica procesadora en Gaimán, pueblo de origen gales en las orillas del rio Chubut, y se dedico a la exportación de sus productos a variados mercados. Hoy, ya con la industria alguera en baja, Matias Soriano, nieto de Lorenzo, lleva adelante la transformación de Bahía Bustamante hacia la actividad turística.
En cualquier caso, llegar y quedarse en Bahía Bustamante es mimetizarse poco a poco con la naturaleza. Sin recursos de entretenimiento mas allá de recorrer y disfrutar del silencio, del aullar del viento y de un escenario despojado y revitalizante donde el horizonte, el mar y el cielo no tienen limites, Bahía Bustamante es en si mismo un logro. El del viajero que llegó allí después de recorrer cientos de kilómetros. El de nuestros anfitriones, que instalados en ese páramo sublime y rebosante de naturaleza siguen adelante con sus sueños de desarrollo y realización. Y mismo Don Lorenzo, quien vio crecer un pueblo allí donde antes solo habían pastos, piedras y orillas interminables.
En 1769, la Expedición de Antonio Malaspina partió del puerto de Cádiz. En pleno derrotero hacia el Pacífico, meses después llego a estos parajes remotos. Junto a el, José Bustamante y Guerra, comandante de la nave Atrevida. Nunca se enteraría que allí, en esa bahía perdida, su nombre pasaría a la eternidad.
Iván De Olazabal. 17/4/2020.



Comentarios